"Mentiras simples, pastillas, y un hogar que no es mi hogar."

Carta a un alma dormida.

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Cuánta vida hubo en esas manos que ayer, en silencio, me pedían que no las soltara. Cuánto dolor, cuánto de todo, y con tanta intensidad. En ellas se guardaba la fuerza que siempre tuviste, para seguir, para aguantar, para dar sin esperar.
Hoy no quiero creer que sea verdad; estabas ahí, tan débil, indefensa, pidiendo a gritos un poco más de cariño, de paciencia. Incomprensible, frágil, cantando el último "cielito lindo", susurrando palabras de aliento y buenos deseos. Supicándole a tu dios que te dejara ir con él y en paz, con tus hermanos, con ese hombre del que tanto me hablabas, llorando, extrañándolo.
Mientras yo le suplicaba a la vida que dejaras de sufrir, que pudieras sonreír una vez más y te sintieras satisfecha, por todo lo que diste.
Yo estaba esperando el impacto, ese aire frío que me iba a hacer llorar, quebrar, caer, y levantarme más fuerte. Te dí un beso y un abrazo cada día, cuando pude. Te mandé una caricia con el alma, cuando no pude. Hasta el final, que llegó y pasó.

Te quise y te quiero con el alma, para siempre.
De todas las formas que me llamaste, la que más me gustó,
María Carnaval.

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